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El Burro Flautista Esta fabulilla, salga bien o mal,
me ha ocurrido ahora por casualidad.
Cerca de unos prados que hay en mi lugar,
pasaba un borrico por casualidad.
Una flauta en ellos halló, que un zagal
se dejó olvidada por casualidad.
Acercóse a olerla el dicho animal,
y dio un resoplido por casualidad.
En la flauta el aire se hubo de colar,
y sonó la flauta por casualidad.
«iOh!», dijo el borrico, «¡qué bien sé tocar!
¡y dirán que es mala la música asnal!»
Sin regla del arte, borriquitos hay que una vez aciertan por casualidad. |
LOS DOS CONEJOS |
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Por entre unas matas, seguido de perros, no diré corría,
volaba un conejo. De su madriguera salió un compañero y le dijo: «Tente, amigo, ¿qué es esto?»
«¿Qué ha de ser?», responde; «sin aliento llego...; dos pícaros galgos me vienen siguiendo».
«Sí», replica el otro, «por allí los veo, pero no son galgos». «¿Pues qué son?» «Podencos.»
«¿Qué? ¿podencos dices? Sí, como mi abuelo. Galgos y muy galgos; bien vistos los tengo.»
«Son podencos, vaya, que no entiendes de eso.» «Son galgos, te digo.» «Digo que podencos.»
En esta disputa llegando los perros, pillan descuidados a mis dos conejos.
Los que por cuestiones de poco momento dejan lo que importa,
Ilévense este ejemplo. |
EL GALÁN Y LA DAMA |
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Cierto galán a quien París aclama, petimetre del gusto más extraño,
que cuarenta vestidos muda al año y el oro y plata sin temor derrama,
celebrando los días de su dama, unas hebillas estrenó de estaño, sólo para probar con este engaño lo seguro que estaba de su fama.
«¡Bella plata! ¡Qué brillo tan hermoso!», dijo la dama, «¡viva el gusto y numen
del petimetre en todo primoroso!»
Y ahora digo yo: «Llene un volumen
de disparates un autor famoso, y si no le alabaren, que me emplumen.» |
EL RICOTE ERUDITO |
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Hubo un rico en Madrid (y aun dicen que era
más necio que rico>,
cuya casa magnífica adornaban
muebles exquisitos
«¡Lástima que en vivienda tan preciosa»,
le dijo un amigo,
«falte una librería!, bello adorno,
útil y preciso.»
Cierto», responde el otro. «Que esa idea
no me haya ocurrido!...
A tiempo estamos. El salón del Norte
a este fin destino.
Que venga el ebanista y haga estantes
capaces, pulidos,
a toda costa. Luego trataremos
de comprar los libros.
Ya tenernos estantes. Pues, ahora»,
el buen hombre dijo,
«¡echarme yo a buscar doce mil tomos!
¡No es mal ejercicio!
Perderé la chaveta, saldrán caros,
y es obra de un siglo...
Pero ¿no era mejor ponerlos todos
de cartón fingidos?
Ya se ve: ¿por qué no? Para estos casos
tengo yo un pintorcillo
que escriba buenos rótulos e imite
pasta y pergamino.
Manos a la labor.» Libros curiosos
modernos y antiguos
mandó pintar, y a más de los impresos,
varios manuscritos.
El bendito señor repasó tanto
sus tomos postizos
que, aprendiendo los rótulos de muchos,
se creyó erudito.
Pues ¿qué mas quieren los que sólo estudian
títulos de libros,
si con fingirlos de cartón pintado
les sirven lo mismo?
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